Teixois, Veigas, Esquios, por la senda del agua y del olvido

Fotografías: Gentileza de Javier Barreiro

Por la breve senda del olvido que conduce al retorno, antes de que las ramas del bosque ocultaran el musgo a las estrellas, había, molinos arriba, siguiendo el río Turía, un viejo camino hecho de tiempo, con azadas viejas. Lo hicieron los parroquianos de entonces, a golpes de sudor, con escasas y rudimentarias herramientas, lo mismo los que templaban el acero, que los que sembraban la tierra. Veredas afianzadas a golpe de herraduras de caballos y del hierro de las humildes ruedas de los carros de hierba o roídos muy despacio por las lunas llenas. Algunos de estos parroquianos se fueron a “las américas” para no volver, para ser, lejos, cera ardida y oscura pena y relojes que desdibujaban en las manecillas, de tanto mirarlos, las ausencias.  Se perdió la fecha en la memoria, lo mismo que luego se perdieron en el bosque las casas de piedra. Hicieron las zarzas su hogar en los aleros de los tejados y poco a poco se cayeron el caballete, el nudo, los lucernarios y las gateras y treparon por los alfeizares de las ventanas las hiedras. Fue hace ya algunos años que, en los Teixois, con el beneplácito de su dueño, Melchor, pusiera las manos el Principado  de Asturias, para enderezar paredones y tejados y Rosa y Alfredo decidieran recuperar As Veigas. Y ahora ambos lugares son peregrinación de miles de personas al año, ¡si los viejos levantaran la cabeza!

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Teixois es un conjunto etnográfico donde se puede admirar el ingenio con los que los de antes, ilustres sabios a los que la necesidad hizo ingenieros de agua y de piedras, levantaran muros y cortaran maderas y le pusieron un martillo grande que rompe el aire y una fragua de agua que levanta pavesas y a donde acudían los vecinos del contorno a remendar hachas y guadañas o a afilar las tijeras. Ahora, además, se pueden tomar unas sidras, o unas cervezas y degustar el generoso churrasco con que Luis, parrillero a su estilo, autodidacta pero con acierto,  a sus comensales ofrenda, a lo que hay que añadir el cordero asado, el entrecot o el cachopo con cecina y queso de cabra que preparan Mari Carmen y Tania de exquisita manera, más otras exquisiteces propias de la tierra que se disfrutan bajo el hórreo, a la vera del río, como mandan los cánones de la buena mesa. 

Allí dejó escrito el poeta: Agua sobre agua en punto,/más triste ya que la memoria./Agua sobre la piedra, contorno/escurridizo de la flameante escoria.

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A las Veigas se va también por la ruta del agua que pasa por los Esquios, un museo etnográfico de primera, que recopila miles de piezas de aperos de labranza y objetos antiguos de la comarca, desde máquinas de escribir, radios, máquinas de coser, botellas de la boliche, menajes, jamugas, carros,  ostiarios, ruecas, etc. Lo regenta la familia Lombardía que son gente buena y de larga historia y donde hay abierto un taller de forja donde se elaboran las famosas navajas de Taramundi con mango de plata, de asta o de madera. Aquí se sembró tabaco traído de lejanas tierras y se puso en marcha un artefacto para subir por la empinada cuesta desde el fondo de la finca, la cosecha.  Y “hay un murmullo de melancolías en el bagaje azul del aire, y todo sigue tan campante”.

As Veigas es un lugar perdido en un valle y en el tiempo, olor a brezo y miel de antaño, parroquia, cementerio y casas viejas. Silencio en los pedruscos arcanos, rumor dolorido en las copas de los castaños y de los escasos cerezos. Baja manso el río donde aguarda a su templanza la sidra del Solleiro y en los pucheros la fabada al estilo de Rosa, los churrascos, las tortillas de cabrales, los postres y chupitos caseros y el vino del Bierzo.

Esta aldea tenía hace algunos años correo y trastienda donde Laureanín apuraba el vino que iba y volvía de las mesas.

Después de las zarzas vino la nostalgia a rondar los cascajos y las peñas y Alfredo y Rosa hicieron el milagro y recordaron a Cocles y pensaron: “¿Qué mejor manera de morir puede tener un hombre que la de enfrentarse a su terrible destino, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?” Y eso hicieron. Y erigieron casi de la nada un lugar de paz, sosiego y belleza y el agua cae del banzado y dice el poeta: “Ay, Veiga encantada/ de panales de miel de brezo,/ y de piedras milenarias/ que en secreto cantan,/ y, cuando uno se va, también lloran”

Estos paraísos, que cuentan con casas rurales, están en el concejo de Taramundi, que es, de Asturias, un trozo de paraíso y de encanto. Allí dejó la soledad del progreso por muchos años, olvidada su encomienda y así hoy es disfrute para amantes de la artesanía, hecha a la antigua usanza y de las buenas viandas que recuerdan los viejos panes amasados a mano, en las artesas, las carnes alimentadas en los pastos y los guisos hechos en la cocina de leña.

Y uno que no quería hacer de su patria fama, se le fue la mano y la emoción entera.

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