Un paraíso en Brasil

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Habían pasado más de dos horas de navegación por mar abierto y ahora estaba frente a nuestros ojos. La embarcación que había partido de San Salvador de Bahía llegaba a la Isla de Tinharé cargada de lugareños, mercaderías y un puñado de viajeros.
En el muelle, carretillas de múltiples colores reemplazaban a los taxis y los cargadores iban guiando a los visitantes hasta sus posadas y hostales. Morro de São Paulo, con sus calles de herencia colonial, se erguía ante nosotros como una ciudad sin autos (sólo hay una ambulancia y una camioneta que recolecta la basura) donde se respiran aires de bohemia y se vive una historia ligada a la conquista del nordeste de Brasil.
Tras llegar al muelle y subir una empinada loma, nos encontramos con la plaza central que parece salida de un cuento y está decorada con guirnaldas. Su construcción se remonta a 1628 y hay bancos, muchos árboles y bares con música en vivo. A metros se encuentra la Igreja Nossa Senhora da Luz con su campanario y su arquitectura barroca y al lado de ella, un puesto donde una bahiana radicada en la isla hace diez años, vende el tradicional «acarajé». Sincretismo en estado puro.
Morro de São Paulo estaba originalmente habitado originalmente por los indios Aimorés y el primer conquistador que pisó su tierra fue Martin Alfonso Souza en 1531, cuando estaba explorando las costas cercanas a la Bahía de Todos los Santos. El poblado que daría origen a la localidad que hoy conocemos, fue fundado por un español en 1535 y habitado primero por un grupo de colonos que conforman la Capitanía de Ilhéus.
Las disputas territoriales entre españoles, portugueses, holandeses y franceses hicieron que años después, se construyera una fortificación que llevaría más de 100 años para finalizarse. La isla y en particular su asentamiento más poblado, tuvo un rol muy importante en la defensa de los dominios de Portugal en América del Sur, al tiempo que sirvió como sitio de aprovisionamiento de los buques que iban y venían de Àfrica y Europa con esclavos y mercaderías.
Asimismo, cuando la corte portuguesa se instaló en Brasil, Lord Thomas Cochrane estableció la base de la primera flota brasileira en Morro de São Paulo para luchar en la guerra por la independencia y logró la expulsión de las fuerzas coloniales de Salvador de Bahía.
Durante aquellos primeros años, toda la zona experimentó un mestizaje sólo comparable con ciudades como La Habana, Lima o Porto Seguro. De este proceso, se terminaría de conformar la población mayoritariamente afro que caracteriza a la región.
Vamos caminando por sus calles como intentando descifrar si las tripulaciones cansadas que llegaban a sus costas, hace varios siglos atrás, habrán experimentado las mismas sensaciones que nosotros. Esa tierra viva de selva verde, azul turquesa y arena blanca es inconmensurable, un verdadero paraíso en la tierra y un refugio.
No por casualidad, durante la década del sesenta y setenta, cientos de hippies se radicaron en la isla para escapar de la dictadura militar y algunos de ellos, todavía animan las tardes en los bares de la playa con canciones de protesta y psicodelia.
Las tiendas de ropas y recuerdos van dejando lugar a las playas: Primeira, Segunda, Terca, Quarta y Quinta o Praia do Encanto. Las primeras con más infraestructura y cercanas a los alojamientos y bares y las últimas, casi vacías y en un entorno agreste que invita a creer que somos los primeros en recorrerlas. Es clave adentrarse en las arenas blancas y con algún jugo de abacaxi (ananá) o una caipirinha en la mano, contemplar como las olas rompen en la lejanía y mojan nuestros pies como dándonos la bienvenida.

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Gamboa

Gamboa es un pueblo de pescadores que se extiende a lo largo del mar y que remite a los años iniciales del Morro, cuando todavía no se había convertido en la referencia turística del nordeste brasilero. Si la marea está baja, es posible llegar caminando y cuenta con una pequeña iglesia, algunas panaderías y un mercado. Es un enclave mucho más tranquilo que su famoso vecino y alberga campings y cabañas.

El Caserón

Sobre la plaza Aurelianao Lima, se eleva una construcción señorial. Se trata de «O Casarao», un edificio magnífico de dos plantas que forma parte del patrimonio histórico del Morro de São Paulo y fuera construido en 1608 para albergar a las autoridades de la villa colonial.Hoy alberga una posada y un restaurante y es una de las construcciones más antiguas de la ciudad. Sus habitaciones albergaron al emperador Pedro II y a la Marquesa de Santos en 1859 y han sido testigos del paso del tiempo, ya que siempre recibieron a los visitantes más ilustres que llegaron a la isla.
A lo largo del tiempo, supo ser un depósito de harina y hasta una escuela y es considerada la primera gran edificación del lugar. Fue levantada por la familia Saravia, quienes también encomendaron la construcción de la Iglesia de Nuestra Señora de la Luz y es un símbolo de la herencia portuguesa.
En la actualidad, su restaurante combina lo mejor de la cocina bahiana con una carta de sushi y es una parada obligada a la hora de conocer la oferta gastronómica del morro.

Las piletas naturales de Moreré

La Ilha de Boipeba es la hermana menor de Tinharé y cuenta con playas increíbles, aunque su mayor atractivo son las piletas naturales de Moreré. Se trata de espacios de ensueño rodeados de corales en medio del mar, donde el agua es transparente y llenos de peces de colores. El detalle es que se encuentra allí el Bar del Dinero Mojado, un restaurante flotante que vende comidas y bebidas y que es frecuentado por lanchas, botes y otras embarcaciones.

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Las delicias bahianas

Para que un viaje sea perfecto, la comida debe ser deliciosa. Eso lo saben muy bien en Morro de São Paulo, que ofrece una variada cantidad de establecimientos gastronómicos con la mejor cocina tradicional y sabores mediterráneos y orientales.
Tras una caminata por la playa, a esa hora en que empezamos a sentir hambre, Fanny o el Buda Beach ofrecen una amplia carta de platos para renovar las energías y volver a zambullirnos en las aguas del «caribe brasilero». Hay verdaderas exquisiteces como las lulas a la provenzal (rabas) o la moqueca bahiana, un guiso de pescado con cebolla, pimiento y leche de coco, pero sin lugar a dudas, el plato estrella que no debemos dejar de probar es el «acarajé», una de las especialidades de la cocina bahiana que se vende en la misma playa, una comida afro-brasilera que se encuentra ligado al culto del Candomblé y forma parte de los rituales religiosos. Se trata de un plato que combina un puré de arveja o poroto con cebolla, sal, pimienta y camarones y que luego se fríe en abundante aceite de «dendè» (palma). Se sirve acompañado por el «vatapá», un guisado de pan rallado remojado en leche de coco con jengibre, pimienta, maní, cebolla y aceite de palma y también se le agregan langostinos secos y ahumados.
La feijoada es otra tradición, los porotos negros con la carne de cerdo sazonada y el arroz que se popularizó en todo Brasil y que incluso se consume en Mozabimque y Angola (que fueran también colonias portuguesas).
Cuando la tarde va cayendo, nada mejor que contemplar la puesta del sol con un buen trago y quizás algún postre. La mejor vista del atardecer se encuentra en la Toca do Morcego, que cuenta con un mirador de ensueño que permite apreciar gran parte de la bahía y donde tocan deejays en vivo. Además de las caipirinhas, hay mojitos, daikiris y jugos naturales para alimentar el espíritu viendo un momento mágico.
De noche, decenas de puestos invaden la Segunda Praia (la más popular) y un camino de madera se vuelve la pasarela de un improvisado desfile de locales y turistas que van y vienen en búsqueda de la mejor postal del lugar y es posible degustar algunas delicias en Basílico, el Café das Artes o el restaurante Tempero Caseiro. Pizzas al estilo italiano, helados naturales, carnes asadas como la picanha y hasta sushi se exhiben en los locales gastronómicos del centro y la playa.

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