La fiesta alienígena más importante del mundo

Entre el legado de Jorge Suárez, la locura de Orfelio Ulises y el libro Las enseñanzas de don Juan del escritor peruano-norteamericano Carlos Castaneda

Siempre hubo movimientos de gente que nadie sabía por qué ni cómo llegaban a la solitaria y tranquila ciudad de Capilla del Monte ubicada al pie del seductor Cerro Uritorco.

Además de ser el monte más alto y atractivo del valle de la Punilla de Córdoba, con el paso del tiempo se fue transformando en un importantísimo centro de actividades alienígenas y un punto geográfico de exploración de misterios.

Las visitas al cerro fueron creciendo, y despertaron en el investigador Jorge Suárez, vecino de la ciudad, el interés en indagar sobre los motivos que atraían a tantos visitantes, mayoritariamente jóvenes, pero todos

buscadores de centros energéticos que aún alimentan leyendas y otros, integran la esencia del esoterismo.

Suárez entrevistó a numerosos grupos de jóvenes que después de largas caminatas solían elegir la plaza principal del pueblo para descansar en los años 70 y 80.

De todas las conversaciones que mantuvo Suárez, él siempre destacó a las que lo llevó a dedicarse por completo a estudiar los fenómenos paranormales que se daban en la zona, las que lo llevó hacia lo que ocurría en el cerro profundo.

Una de las entrevistas más recordada por Suárez fue la que le realizó a una joven que portaba una belleza muy particular.

—Venimos guiados por don Juan. —Le dijo Marilyn Rekers quien había nacido en Amsterdam, pero pasó una larga temporada en México.

Lejos de asombrarse, Suárez, quién no sabía nada de “don Juan”. Preguntó por él. Marilyn encendió un cigarrillo, cebó un mate y esperó que Suárez se acomodara para contarle sobre el brujo que la introdujo en el fascinante mundo de los indios yaquis.

—Nunca me imaginé que mi vida estaba frente a un cambio radical. Leí, el libro del escritor peruano—estadounidense Carlos Castaneda Las enseñanzas de don Juan. ¿Lo leyó usted? —No, —contestó rápido Suárez.

En ese libro se narra cómo un joven estudiante de antropología quiso conocer el universo mágico de quienes habitan el desierto de Sonora y cómo, al penetrar en ese territorio hostil y a la vez generoso, inició un lento y profundo proceso de autoconocimiento que lo llevaría a ser alguien totalmente distinto.

Mediante el estudio y el consumo de diversas plantas psicotrópicas, entre ellas el peyote o «Mescalito», el escritor dio los primeros pasos por un territorio que lo sedujo, y también a mí, como a tantas personas de todo el mundo deseosas de averiguar, hurgando en nosotros mismos, quiénes somos en realidad.

Con el libro de Castaneda como guía, ingresé al proceso de descubrir cuál es mi verdadero poder y cuál es mi razón de ser en este mundo. De esta manera, muchos de nosotros llegamos al cerro Uritorco donde habitan tantos misterios que unen los diferentes planos de la vida y dentro de él, en sus entrañas, hay una ciudad-puerto celestial.

Suárez después de la conversación regresó a su casa con deseos de saber hasta dónde era verdad y hasta dónde era un delirio de la joven holandesa. Ese dilema lo llevó al capillense a estudiar y observar los fenómenos que invaden el cielo del norte del valle más radioactivo de las sierras medias derivada de Los Andes.

Centro de extraterrestres

Habían pasado varios años de trabajo hasta que Suárez se decidió crear con colaboración del municipio el Centro de Informes Ovni de Capilla del Monte, donde organizó hasta su fallecimiento congresos de ovnilogía y encuentros de personas que decían haber sido secuestradas por “aliens” o que habían tenido alguna experiencia intergaláctica.

Lo cierto que Suárez se convirtió en un gran observador del Uritorco y de los cerros colindantes y posicionó a Capilla del Monte en el mapa mundial de las procesiones de los extraterrestres. Suárez murió creyendo que Capilla del Monte se convertiría en uno de los centros energéticos conectivos del Universo.

“Los seres humanos somos desatentos gastamos la vida entera ignorando que la quietud es una ilusión, que la inmovilidad es aparente, que siempre estamos en viaje y que todo se mantiene en permanente movimiento, aunque las montañas, las pirámides y los edificios parezcan tan estables cuando los miramos. Son pocas las personas que perseveran en la vigilia y ni por un instante olvidan que apenas somos microscópicos pasajeros en una roca que gira a más de 100 mil kilómetros por hora alrededor de una estrella insignificante” afirmaba.

El periodista y escritor Sergio Carreras es uno de los que más escuchó y entrevistó a Suárez y lo definió como “el portero interestelar del Uritorco”.

Carreras recordó en una publicación en el diario La Voz del Interior de Córdoba un episodio que impulsó al reconocimiento del trabajo de Suárez: “En enero de 1986 apareció una mancha oval de 120 por 65 metros en la ladera de la sierra del Pajarillo.

En pocos días repiqueteaba la noticia de la nave espacial que había atracado en las sierras cordobesas. Y Suárez fue la voz más requerida para responder sencillas preguntas como ¿de qué lugar de la galaxia vinieron los visitantes?, ¿qué tipo de tecnología les permite viajar a velocidades mayores que la luz?, ¿vienen a matarnos a todos?, ¿por qué eligieron Capilla del Monte para detenerse?”

Suárez respondió, solemne: “Las investigaciones demostraron que no pudo haber sido hecha por el hombre y menos durante la noche. Además, se comprobó que los insectos y batracios encontrados en la circunferencia estaban momificados de una forma muy curiosa”. Con esa mancha quemada Capilla del Monte se ubicó en el mundo de los misterios y empezaron a llegar quienes buscaban el Santo Grial, quienes buscaban el ingreso a la ciudad-puerto de Erks que estaría en otra dimensión.

Como escribiera Carreras en una nota fechada en el 2013, no sabemos si aterrizaron naves, pero lo que se ve desde hace años, es el aterrizaje de avistadores de elfos, de los fotógrafos de fantasmas, de los perseguidos por los Hombres de Negro, los médicos del espacio que limpian auras, y entre ellos, “llegaron los turistas esotéricos y los new age , convencidos de que el Uritorco es un afrodisíaco espiritual, el concubino de la Pachamama, la montaña del destino desde donde se podrá ver cómo se licúa el mundo mientras se cumple la última profecía maya”, señaló Carreras.

El legado de Suárez

Capilla del Monte ostenta el grado de “capital mundial de avistamiento de ovnis” y es el escenario perfecto para festejar anualmente el Festival alienígena, único en América. La celebración es reconocida como un evento turístico y atrae a miles y miles de turistas de todas las regiones del mundo.

Las personas se disfrazan de extraterrestres, y se colocan atuendos para atraer a seres de otras galaxias. Durante esos días, el Uritorco brilla como si tuviera balizas para que aterricen los objetos voladores no identificados (OVNIS). Se difunden fotografías y artículos sobre la zona del cerro donde la vegetación mutó por la acción de los OVNIS.

Desde este cerro descienden muchos cursos de agua, entre los que se destaca el río Calabalumba. Desde el punto de vista del paisaje, el cerro tiene muchos atractivos. Posee laderas que adoptan un color dorado brillante durante el atardecer.

En la cumbre hay un mirador, desde donde se puede disfrutar del avistamiento de cóndores y jotes. Durante el invierno, el Uritorco se encuentra cubierto de hielo y nieve. En otoño, en cambio, el paisaje se torna amarillo y cobrizo a causa de los quebrachos colorados y de los follajes de los árboles caducifolios.

La búsqueda de Orfelio Ulises

Lo que se sabe de Orfelio Ulises fue contado por un discípulo, el profesor cordobés Guillermo Alfredo Terrera, que escribió un gran número de obras sobre la historia esotérica del continente que él llamaba “armoricano”.

Según Terrera, Orfelio Ulises, que trabajaba como maestro rural, “a los veintiséis años viajó a Samballah”, una ciudad mítica del Tíbet, y “su permanencia duró ocho años, durante los cuales se preparó en el más profundo conocimiento hermético metafísico”.

En esos ocho años en el Tíbet -uno más que el célebre montañista austríaco Heinrich Harrer- logró ser admitido en una comunidad donde lo encerraron en una habitación aislada, a un kilómetro de distancia una de otra, sin puertas ni ventanas ni techo: solo cuatro elevadas paredes, un banco de madera, unos cueros de ovejas para taparse, y el cielo estrellado como toda cubierta. Allí meditó y vivió estados alterados de conciencia bajo el sol, la lluvia y la nieve.

En ese lugar Orfelio Ulises recibió un mensaje: existía en América un objeto de poder, un Bastón de Mando, también conocido como “piedra de la sabiduría”, con 8 mil años de antigüedad. Y se le otorgó la misión de encontrarlo.

Tras dejar las estepas tibetanas Ulises no regresó enseguida a la Argentina. Sus maestros le encomendaron que lo hiciera desde el norte de América, por el borde del Pacífico, buscando las escuelas esotéricas de la Cordillera de los Andes, y después de siete años Ulises entró a nuestro país por la zona cuyana.

En 1934 Orfelio Ulises desenterró con sus propias manos el Bastón de Mando o Toqui Lítico, un cilindro basáltico de 1,10 metros de largo y 4 kilos de peso. Junto a él halló un “poyo” o sillón de piedra, y una “conana”, es decir, un mortero.

El encuentro ocurrió en el lugar que hoy en día se llama La Toma, al pie del cerro Uritorco, pero el sitio exacto permanece desconocido. Pasaron los años y Ulises sabía que el Bastón no era para él, sino que debía entregarlo a otro portador.

En 1948 Guillermo Alfredo Terrera estaba por doctorarse en Derecho en la Universidad Nacional de Córdoba. La Escuela Primordial de Ciencia Hermética, grupo esotérico interno de la casa de altos estudios al que pertenecía Ulises, decidió que el joven sería el nuevo “Iqui Simihuinqui”, es decir, el portador de la Piedra de la Sabiduría.

Ulises falleció el 8 de agosto de 1951. Fue sepultado en el cementerio San Jerónimo de Córdoba. En el momento de la inhumación, como aseveró el escritor y cineasta Diego Arandojo en “Bastón de Mando”, “se levantó un viento helado, monumental, acompañado de polvo. Parecía que la temperatura de la ciudad entera había descendido abruptamente. El cielo se cubrió de nubes oscuras y se encendió el alumbrado eléctrico”. Eran las tres y media de la tarde.

Como le habían ordenado sus maestros herméticos, Terrera guardó en silencio el Bastón de Mando durante 30 años. Recién a fines de los años ’70 comenzó a hablar. En 1981 lo mencionó en un poema y en 1983 escribió una extensa nota acerca de la “Piedra de la Sabiduría” en la revista “Cuarta Dimensión”.

Según él, el cilindro basáltico era una antena que lo conectaba con antigua sabiduría y por eso lo guardaba entre libros. A mediados de los años 80, Terrera conoció a otra personalidad extraña, Ángel Cristo Acoglanis, un osteópata y esoterista rosarino que tenía poderes de sanación. Terrera le mostró el bastón, y juntos visitaron Capilla del Monte. Hablaron de Erks, la ciudad interdimensional, situada muy cerca de donde se había hallado el Simihuinqui en el cerro Uritorco.

El Bastón, aún no se sabe bien dónde está. Lo reclama Capilla del Monte, argumentando que pertenecía a la etnia comechingona -o, con más propiedad, henia kamiare- que poblaba esas tierras.

La leyenda de Orfelio Ulises aún recorre las calles capillenses donde, incluso, se puede comprar remeras con su imagen.

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