El Cerro Colorado y Don Ata, un diálogo que persistirá en el tiempo

Córdoba, Argentina.

Fotografias: Viviana Bandeo.

El Cerro Colorado adorado por los pueblos nativos, mantiene intacta la magia de su esplendorosa figura. Fue inspiración para los primeros habitantes que dejaron esparcidos en sus muros pictografías que nos relatan casi a la perfección la vida precolombina. Pero como si fuera poco, el cerro tiñó con sus colores una inquebrantable alianza con el máximo exponente del cancionero popular argentino, quien levantó a sus pies un rancho para entablar un diálogo que persistirá en el tiempo.  El Cerro Colorado y Atahualpa Yupanqui tienen aún mucho para contarnos.

Una llovizna tenue pero persistente ponía su impronta al paisaje. Casi una nostalgia puesta en escena. De no ser por el abundante caudal del arroyo que alambra la casa museo de Atahualpa Yupanqui al pie del Cerro Colorado se podría presumir, sin mucho riesgo a equivocarse, que el otoño ya estaba en su plenitud. Aunque el calendario acusaba que el día pertenecía por calendario al verano. 
Mirando desde lo más alto, la armonía entre el rancho del poeta y la diversidad de colores que viste el cerro, es fácil adivinar que la alianza entre uno y otro nació para quedarse, y con el correr de los tiempos permanecerá intacta e indestructible como su propio diálogo lo revela en geografía y canciones.
El aroma a campo cordobés teñido por mistoles, algarrobales, molles, talas,  piquillines y otras plantas no nativas, dominan el paisaje rociado. Esa vegetación parece acompañar el murmullo del arroyo donde se han recostado un grupo de benteveos.
El arroyo que seguramente sació la sed de los pueblos nativos cuando se expresaban pintando figuras tres mil años atrás, -hoy, un legado invaluable para el patrimonio cultural cordobés- también escuchó esas palabras amasadas en canciones que recorrieron el mundo a través de muchas voces.  Los primeros que pisaron el cerro dejaron vestigios de la cultura ayampitín, nómadas y cazadores. Después, los pueblos sanavirones y comechingones dominaron la zona hasta la llegada de los conquistadores. Hoy se preservan unas 35.000 figuras repartidas en alrededor de 150 aleros o reparos naturales. El arte rupestre contiene figuras de animales, humanas y arcos y flechas.
En 1939 del siglo pasado, llevado por un amigo,  Héctor Roberto Chavero Aramburo, decidió seguir la senda de la música y la poesía, y se nombró Atahualpa Yupanqui, que en quechua significa “el que viene de tierras lejanas a decir algo”. Por estos pagos le dicen con respeto  Don Ata.

Recorriendo la geografía del entorno, Roberto “Kolla” Chavero, hijo del poeta mayor, cuenta que a su padre le gustaban las costumbres de los criollos quienes  mantenían intactas las costumbre ancestrales:
“Un día un criollo le dijo que le gustaría mucho que su padre lo conociera porque lo admiraba. Era un hombre mayor que su sufría una invalidez que le impedía llegarse hasta el caserío. Entonces mi padre decidió visitarlo. Fue tan importante para el hombre la visita que le dijo que eligiera una porción de sus tierras para que se levantara un rancho. Cuando empezó a irle bien en el extranjero la construcción fue creciendo y se convirtió en la casa que es hoy.” 
En la casa de Cerro Colorado Don Ata y su esposa, la compositora y pianista Pauline Nenette Pepín, vivieron hasta la muerte de ella en 1990. Ella escribía para su esposo bajo el seudónimo de “Pablo del Cerro”. Él murió dos años después en Nimes, Francia.
Las cenizas de Atahualpa Yupanqui descansan bajo un viejo roble en el patio de la casa  y junto a las de él, las de su amigo Santiago “El Chúcaro” Ayala.
El roble se mantiene erguido, majestuoso, mirando al cerro como celoso celador de una conversación que nunca se silenció entre la geografía y don Ata.  

En la casa

La casa está en el paraje Agua Escondida. Además, el músico tenía otro lote, El Silencio, donde solía sentarse a leer y meditar. Se conserva sin intervenciones; sólo algunas de sus frases y la posibilidad de que el visitante disfrute del silencio, de la soledad.
Aunque Atahualpa empezó a escribir El Payador Perseguido en la cárcel, en 1952, los versos quedaron inconclusos hasta fines de los cincuenta, cuando los retomó al pie del cerro. Los cóndores suelen sobrevolar pero el águila mora les ganó el aire.

Los aleros y las pictografías

Fue Leopoldo Lugones quien, en 1903, contó al resto de los argentinos el valor de las pinturas rupestres del Cerro Colorado. Lo hizo en un artículo periodístico en el diario La Nación. La zona nunca tuvo –según las investigaciones– un valor sagrado para sus primeros habitantes, sí hay pictografías relacionadas con ritos.
Algunos llegan a la zona convencidos que hay una energía especial y se encuentran personas solas o grupos que van a meditar, a realizar ceremonias originadas hace siglos o simplemente a conversar con sus habitantes más antiguos para conocer algunos de sus saberes.
Entre los escasos pobladores –son unos trescientos– hay artesanos y varias mujeres hilanderas que tiñen y trabajan las lanas de fibra animal y vegetal como hace cientos de años. Los diseños abundan en negro, rojo y blanco, los colores más usados son los que reflejan las pinturas rupestres.
Además del Museo de Atahualpa, está el Arqueológico, con piezas de distintas culturas que habitaron la región. Hay vasijas rústicas, morteros, figuras humanas, hachas, boleadoras y telares utilizados por comechingones y sanavirones. El museo está al pie del cerro Intihuasi, uno de los cinco que hay en el parque. Todos estos puntos de interés están dentro de un radio de tres mil hectáreas, de fácil recorrido.

Cómo llegar
Cerro Colorado está a 160 kilómetros al norte de la capital cordobesa. Por ruta 9 hasta Santa Elena y, desde allí, por la ruta provincial 21 hacia el oeste.

Dónde alojarse
El único hotel es el Cerro Colorado. Hay varias cabañas.

Dónde comer
La gastronomía típica incluye empanadas, cabritos, salames, mazamorra, dulces caseros, tortillas, en lugares como El Puesto Nuevo, Descanso del Indio, La Salamanca Casa Pozo, Purinqui Huasi.

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