Entrevista a Aldo Parfeniuk a 25 años del rescate de la labor del editor Alberto Burnichon desaparecido por la dictadura militar el 25 de marzo de 1976. En homenaje a él se conmemora el 25 de marzo el día del editor de libros.
Aldo, este año se cumplen 25 del Homenaje a Alberto Burnichon que organizaron en 1996 en la Feria del Libro de Córdoba. Con ello comenzó el rescate público de este verdadero mártir de la cultura, asesinado por la Junta Militar el 25 de marzo de 1976: vos trabajaste intensamente, ¿cómo fue aquella actividad?
En realidad fueron unas cuantas actividades orientadas a rescatar la figura de un auténtico mártir de nuestra cultura -sobre todo de la edición de libros- con lo cual no solamente se intentaba comenzar a hacer justicia sino a conjurar el miedo social que increíblemente persistía entre nosotros. Fue así como un grupo de poetas y trabajadores de la cultura armamos un proyecto que la gente de la Feria aceptó y cuya realización tuvo una buena repercusión. El 25 de setiembre se realizó en la Sala “Obispo Mercadillo” un panel de discusión y homenaje. El acto formó parte de la Muestra de Homenaje, consistente en un stand armado con las publicaciones editadas por Burnichon, artículos sobre esos trabajos, fotografías, objetos personales, testimonios varios y el catálogo reconstruido por sus familiares. La Muestra-stand estuvo abierta al público, entre el 19 y el 29 de setiembre de ese año.
¿Quiénes intervinieron en la movida?
Con los hijos de Alberto, Soledad y Moro Burnichon –especialmente Moro- formamos un grupo de amigos. Algunos dedicados a tareas más bien prácticas, entre quienes estábamos Moro, Soledad, Gonzalo Vaca Narvaja, Pancho Colombo, Lucía Robledo y yo ( seguramente me olvido de alguien más) Pero como la idea era que participara la mayor cantidad de conocidos y amigos de Burnichon, se habló con mucha gente que intervino de diferentes maneras, por ejemplo adhiriendo a la distancia, y muy especialmente en el Cispren encontramos buen apoyo en materia de adhesión y difusión en los medios.
Por otra parte ayudaron mucho los de la Cámara del Libro de Córdoba, especialmente Nelda Abed, que nos ayudó a conseguir (con Adriana Sappia, de Cultura de la Municipalidad) que se instituyera el Premio anual Alberto Burnichon al mejor libro de editor local. Asimismo se planificaron actividades a futuro, como la publicación de un libro ( el Libro de Homenaje, posteriormente El delito de editar) que se armó con el material desgrabado del Panel de 1996, más una serie de artículos y poemas de escritores y amigos que se sumaron a la publicación. Aquí fue relevante el apoyo de la editorial Babel, por entonces de Ramiro Iraola y Sergio Martina.
¿Qué otras actividades se proyectaron para rescatar y reclamar por este hecho?
La intención fue de que lo que hiciéramos a pulmón (y que nos costaba tanto esfuerzo) no quedara como algo aislado, y que se instalara en el tiempo. Por ejemplo, se pensó en buscar alguna manera de interesar a universidades y centros de investigación para profundizar las investigaciones sobre Burnichon, y todo lo que tuviese que ver con el mundo y la época que le tocó protagonizar. También en registrar fílmicamente todo eso y generar material de conocimiento y divulgación. Del mismo modo –y siempre con la intención de generar memoria en la sociedad- tiempo después surgió la idea de proponer la Declaración del 25 de marzo (día en que lo mataron los militares) como el Día del Editor de Libros: algo que hace unos años se logró en Córdoba y después en Salta; en lo cual trabajamos –siempre con la familia- y con Sergio Martina, Ramiro Iraola, la legisladora provincial Alejandra Del Boca y, en Salta, especialmente con Silvana Irigoyen
Un muy buen testimonio sobre quién fue y qué hizo Alberto Burnichon es el que resultó de las exposiciones de aquel Panel de oradores de 1996 en el Obispo Mercadillo, y con buena parte del cual después se hizo el libro sobre Burnichon.
Efectivamente. En el Panel participaron en calidad de oradores la escritora y profesora María Luisa Cresta de Leguizamón, los titiriteros Héctor Di Mauro y Roberto Espina; el periodista y poeta Francisco Colombo; el periodista Pedro Troilo; el artista plástico Bernardo Ponce; el dibujante Cristóbal Reynoso (Crist); el poeta Miguel Ángel Pérez; los escritores Luis Víctor Outes y Mario Trota, el escritor y profesor Rubén Alonso Ortíz; el escritor Antonio Oviedo y, mediante un escrito que envió desde Buenos Aires, la poeta y traductora Ofelia Castillo. Cerrando el acto habló la esposa de Burnichon, María Saleme.
¿Qué exposición rescatarías para que nos quede un rasgo claro y elocuente de lo que fue Burnichon?
Todas aportan mucho, pero me gustó lo que dijo Héctor Di Mauro, y creo que vale la pena reproducirlo hoy: “Lo conocí a Alberto antes de conocerlo, por así decirlo. Fue a través de un pariente, cuñado, escritor y titiritero que se llamaba Enrique Wernicke. En la fábrica de soldaditos de plomo que tenía en Buenos Aires, él me contaba las historias de cuando recorría con su teatro de títeres los cuatro vientos del país. Y a algunas de esas giras Wernicke las había hecho con el “Barba” Burnichon. En Tucumán, pocos años después, en 1954, me lo encuentro por primera vez a Burnichon en persona. Estábamos haciendo una gira junto con el teatro Fray Mocho, y dio la casualidad que coincidimos ambos en Tucumán, con el teatro La Pareja y el Fray Mocho. Recuerdo que había un asado para actores y titiriteros y ahí nos encontramos con Burnichon. Durante toda la vida fuimos amigos, porque teníamos, en parte, la misma profesión, aunque él cuando quería hacer títeres, hacía títeres, pero también hizo teatro… Era multifacético, y le servían mucho esas caminatas por librerías donde él tenía sus postas, sus amigos libreros. Por eso, nos sabíamos reunir con él en casi todas las partes del país. Por ejemplo, la posta nuestra en Posadas era la librería “El Escarabajo de Oro” de Eva Díaz; aunque la posta más importante fue quizás “El Fogón de los Arrieros”, en Resistencia, donde siempre tratábamos de coincidir por muchas razones; él también colaboró ahí en el teatro “El Fogón” durante bastante tiempo. Lo cierto es que su llegada era esperada en todas partes: en Esperanza solíamos vivir en la casa del poeta José Pedroni; en la ciudad de Paraná solíamos encontrarnos en la librería de Don Pedro De Monte, y así, en los lugares más insólitos nos encontrábamos permanentemente; incluso hicimos algunas giras juntos aprovechando que él tenía una Citroneta y después yo tenía un Citroén, y con eso recorríamos y hacíamos nuestras tareas. Su preocupación más importante era siempre conocer a nuevos artistas, (dibujantes, pintores, escritores, músicos, actores, titiriteros…), gente que estuviera vinculada con el quehacer cultural, con el hacer creativo. Esas “palomillas” que él pagaba de su bolsillo -en detrimento de la economía de su familia- eran recibidas por la gente con un enorme amor. Yo creo que, de ese tipo de personas, sólo conocí a uno solo que se le parecía: un imprentero de Villa Constitución que se llamaba Julio Milgevich, que también fue perseguido y se refugió en Villa Angela (Chaco); era profesor de literatura y tenía una gran imprenta. Pero personas como Alberto, son totalmente insólitos en nuestro país”. Estos actores culturales “modelo Burnichon” (y que ya casi no vienen más) son los constructores olvidados, sin los cuales no habría lo que los militares del golpe del 76 no querían que hubiese en nuestro país: gente soñando y construyendo, juntos, un profundo y definitivo cambio social.